Es una verdad universalmente conocida que Twitter está plagado
de basura. Dejando de lado su innegable utilidad como medio instantáneo de
difusión, se ha vuelto también el escaparate donde uno puede apreciar en su
inmensa y deprimente dimensión el lado más deplorable de la humanidad. Desde hashtags racistas hasta campañas de odio
a celebridades, la red se puede convertir en un auténtico pelotón de
fusilamiento.
Sin embargo, su capacidad de sorprender se mantiene. Para
bien y para mal.
El otro día encontré uno de los peores hashtags que he visto: #WomenAgainstFeminism (mujeres en contra del
feminismo).
¿En serio? ¿En serio hay mujeres allá afuera que no quieren
igualdad de derechos, que no quieren ser respetadas, y que apoyan la
discriminación, la violencia de género y el sexismo? ¿EN SERIO?
Obviamente, esto parte de una concepción errónea del término…quiero
pensar, y que por lo visto, es lo que impera, seguramente originado por
aquellas mujeres iracundas que han trivializado la palabra para expresar su
frustración personal y odio hacia los hombres.
Hace unos meses, la actriz inglesa Emma Watson, como vocera
de la campaña de Naciones Unidas “He For She”, puso el dedo en la llaga sobre
el tema, aclarando lo que el feminismo es en realidad, por qué es importante rescatar
la palabra del error en que ha sido secuestrada, y sobre todo, por qué es necesario
que los hombres sean parte de la lucha, considerando que los roles de género
también causan presión sobre ellos, empujándolos a comportamientos machistas
para ser unos “verdaderos hombres”.
Lo más preocupante del sexismo, e incluso a niveles de
misoginia, es que está tan arraigado en nuestro paradigma sociocultural que la
mayor parte del tiempo ni lo notamos, desde expresiones “inofensivas” como
llamar “viejas” a las mujeres, hasta concursos de belleza donde las chicas se
exhiben para ser juzgadas y calificadas por su cuerpo. La percepción de la
mujer como objeto es constantemente reforzada por los medios de entretenimiento
y comunicación de masas: en la publicidad, en las canciones, en los videojuegos.
Aunque ya han pasado siglos desde que inició la lucha por la
igualdad y se han tenido grandes logros a través del tiempo, como el derecho al
voto y la incursión femenina en diferentes sectores del ámbito laboral, relegar
a la mujer a un segundo plano es tristemente parte de la estructura patriarcal
en que vivimos y que se hace patente en todos los espacios:
En el cine, donde sólo el 16% de los papeles protagónicos son
femeninos.
En el medio artístico, cuando las cantantes y actrices son juzgadas
constantemente por su peso o su edad.
En los puestos de poder, donde la representación femenina
sigue siendo mínima. (En Estados Unidos, el 97% de los puestos directivos en
entretenimiento, comunicaciones y publicidad son ocupados por hombres).
En el hackeo a fotos privadas de celebridades, mujeres, por
supuesto.
En los salarios, que en términos generales, son más altos
para los hombres, en los mismos cargos.
En la tolerancia de prácticas “culturales” que no son más
que actos de barbarie contra niñas, como la mutilación genital.
El culpar a las mujeres que son violadas porque “provocaron
a los hombres”.
En el cáncer social que están viviendo en Estados Unidos,
conocido como rape culture, donde la
violación se ha vuelto tan común, particularmente en las universidades, que se
ha trivializado, convirtiéndose peligrosamente en una conducta tácitamente
aceptada.
En el controversial Gamer
gate, el cual empezó como una expresión contra el periodismo vendido y
terminó en una campaña de odio, acoso y amenazas de muerte contra… ¡adivinaron!
Las mujeres diseñadoras de videojuegos.
Tal vez la peor parte de la desigualdad es la actitud hostil
y carente de solidaridad entre las mismas mujeres, que frecuentemente son
promotoras del sexismo, hablando despectivamente unas de otras, justificando a
agresores, usando apelativos peyorativos, juzgando con un doble estándar su
apariencia física, sus logros laborales o su conducta sexual.
Como bien dijo la escritora y filósofa Simone de Beauvoir: “El opresor no sería tan
fuerte si no tuviera cómplices entre los propios oprimidos”.
Así que este 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, sugiero que en vez de “festejar” a
las mujeres con una rosa y chocolates como si fuera San Valentín, o quejarnos como si no hubiera motivos válidos para
conmemorar la fecha, hagamos un acto de reflexión y seamos conscientes de qué
tanto contribuimos con nuestras actitudes y comentarios a fomentar la
desigualdad y el sexismo; y desde ahí busquemos ser parte del cambio, con la claridad
de que la lucha entre géneros es un terreno infértil, y que las sociedades del
mundo necesitan del equilibrio de las dos fuerzas, de las dos visiones,
trabajando de la mano por objetivos más elevados, buscando el bien común.
Arrivederci