jueves, 16 de julio de 2015

Memorias de Nueva York







Este no es un blog nice. Este no es un blog escrito por una chica que ha viajado por todo el mundo, que se conoce todos los lugares trendy.
Este es un blog escrito por una chica Godínez (por ahora, porque me niego a vivir bajo el yugo corporativo el resto de mi vida, y lo de "chica" también es algo dudoso, pero prefiero no entrar en el tema escabroso de la edad) y que por tal motivo, a pesar de que ama viajar, lo ha hecho muy poco.

Hoy se cumple un año de mi superalucinantefantabulosotodavíanolosupero viaje a Nueva York.
La parte triste es que desde entonces no he viajado ni a la esquina, lo más lejos que he ido es al D.F. en marzo pasado, pero no cuenta como un verdadero viaje.
La parte buena es que siempre hay un mañana, y espero pronto poder desempolvar mis maletas, mi pasaporte y visa, e ir a la aventura otra vez.

Además de lo especial que fue viajar a la ciudad con la que había soñado por años, el hecho de hacerlo sola fue crucial. Nunca había hecho un viaje sola. Es decir, tomar aviones sola para llegar a visitar amigos o familia, sí. Pero viajar sola, para estar por mi cuenta en el viaje, y también en el regreso, fue una experiencia diferente, y tal y como dicen los que recomiendan viajar sin compañía, muy enriquecedora.



Aunque para ser precisos mi primer viaje sola fue unos tres meses antes, a la ciudad de Mérida, para tramitar la visa. Me encantó ese pequeño viaje porque fue como un entrenamiento para el otro.
Tomar mi autobús, llegar a destino cinco horas después, hospedarme en un pequeño hotel colonial, salir a comer por ahí, caminar un poco por los alrededores...
Definitivamente lo disfruté, aunque toda la experiencia estuvo un poco empañada por el estrés que me traía por la incertidumbre sobre si me darían la visa o me la negarían y mi perfecto plan de viaje neoyorkino se vería arruinado.

Alguna vez leí que el mejor dinero invertido no es el que gastas en cosas materiales, sino en experiencias, y esa frase fue absolutamente cierta en toda su dimensión  desde el momento en que estaba ya volando sobre territorio estadounidense.



Todos los que han viajado ( y lo aman) seguro saben de lo que hablo, seguro han sentido esa lluvia de sentimientos que nada más te puede dar.

Me sorprende la claridad con que recuerdo todas esas sensaciones, y me sorprende también que a un año de esa experiencia, la emoción y la plenitud que me dio siguen siendo tan reales como lo fueron entonces.
No fue una ilusión momentánea, de esas que al paso del tiempo se disuelven y ni siquiera entiendes por que te emocionaban tanto. Fue un sentimiento real, tan real que sigue intacto.

Recuerdo cuando comenzamos a descender, y pensé "!Qué diablos estoy haciendo! Estoy ya en otro país, que habla un idioma que conozco, pero nunca he hablado, sola, a la aventura! Ésta no soy yo", y a la vez darme cuenta que "no ser yo" nunca me sentó tan bien.

Recuerdo la euforia. Pura y total euforia al caminar por el eterno pasillo del aeropuerto, hacia la aduana. Recuerdo la gente hispana que me hablaba en inglés creyendo que era americana, y yo divirtiéndome sin sacarlos de su error.

Recuerdo cuando salí a la calle, a buscar taxi, y lo fácil que me resultó comunicarme, entender el idioma y ser entendida.
Recuerdo la mujer de color que me consiguió el taxi, tan dulce y amable, y que me llamó "young lady", (con lo cual se ganó mi amor eterno), la primera neoyorkina de muchos, que me dejaron claro que eso de que "los neoyorkinos son fríos" es sólo un mito, porque yo me encontré montones de gente amable, sonriente y sociable.



Recuerdo mis ojos lagrimeando de emoción cuando iba en el taxi hacia Manhattan. Y ese momento, ese momento indescriptible, mezcla de sorpresa y fascinación, cuando en el horizonte se van delineando los rascacielos de la ciudad y los ves por primera vez. Ese momento que invade todos tus sentidos, y que te cautiva a tal punto que se queda grabado en tu alma, para siempre.

Recuerdo que cuando llegué por fin a mi hotel, llevaba más de 36 horas sin dormir, y contrario a lo que planeaba (llegar a echarme una siesta), boté mi maleta y salí casi dando de brincos, a recorrer a los alrededores y tomar fotos.

Una de las cosas que me encantaron de la ciudad fue su energía, la mezcla de gente de todo el mundo, por todos lados. Ingleses, italianos, latinos, orientales, musulmanes, hindúes... todos integrados en las vibrantes calles de Manhattan.

También fue muy divertido descubrir que los clichés de las películas no son exageración, ¡Son verdad! Como el típico taxista hindú, o el hombre parado en un esquina con un cartel de "Jesus love you".



Creo que una de las mejores cosas que te da viajar es lo que aprendes de ti mismo a través de la experiencia.
En mi caso, me di cuenta que soy capaz de más cosas de las que yo creía, que la aventura me sienta bien. También descubrí que a pesar de que me gusta viajar con comodidades (como llegar a un cuarto de hotel, y no a un hostal, por ejemplo), una vez ahí me atrae mucho más integrarme a la ciudad, caminar y explorar un poco, que seguir la ruta turística.
Esa fue la razón por la que no me interesó ir a ver la estatua de la libertad, o meterme todo el día en los museos.
Además, por desgracia, tenía muy poco tiempo disponible, así que tenía que usarlo sabiamente.

¿Mi sitio favorito? La estación central. ¡Me enamoré de ese edificio! Es majestuoso. Y lo más curioso es que la encontré por casualidad, cuando andaba caminando por la quinta avenida con un italiano que conocía en el Rockefeller Center. Era el día de mi regreso, y sólo me quedaba un rato libre antes de volver a mi hotel y empacar. Espero la próxima vez poder explorar ese mágico lugar más a fondo.




¿El que menos me gustó? Contrario a lo que yo creía, Times Square. Ahí comprobé mi rechazo por lo "demasiado turístico". El lugar estaba a reventar de gente, y había mucho de lo que llamo "circo para turistas": personas disfrazada en la calle, vendedores, música y alboroto y medio... parecía Las Vegas. Lo único que  me provocó fue huir de ahí velozmente.

Otra cosa que me encantó fue comer en los puestos de la calle y locales sencillos. Desde hot dogs hasta empanadas Nuchas, mi platillo "casual"  favorito fue la pizza, cerca del hotel, en la 32, Arome Deli & Pizzeria, en Midtown. Súper barata (a dólar la rebanada básica, o dos rebanadas de lo que quieras y refresco, por cinco dólares, ¿Quién dijo que comer en NYC es caro?), gigante (una rebanada era como tres de aquí)  y absolutamente deliciosa. Y sí, de eso también me acuerdo perfecto: de su sabor y aroma.
Aunque también cenar con unos amigos americanos en la terraza bar de Eataly, frente al Flatiron, mientras caía el atardecer, fue genial.



Y como dije, dada mi condición de inexperta viajera no frecuente, viendo en retrospectiva, hay muchas cosas que pude haber hecho mejor, y otras que aprendí y que no tenía idea al respecto, pero como dijo Aniko Villalba: a viajar también se aprende, y sobre eso escribiré en un próximo post donde daré algunos consejos para viajeros novatos como yo.

Por lo pronto sólo puedo decir que este memorable viaje me marcó, me cambió, me dio una perspectiva refrescante de la vida, de las culturas, del mundo, y me confirmó lo que ya sospechaba, que viajar es una vivencia incomparable, que cada quien vive diferente, y que te deja huella, como pocas cosas lo hacen.


Arrivederci