jueves, 7 de marzo de 2013

La mujer objeto




Cada 8 de marzo que se festeja el Día de la Mujer se levantan no sólo las voces que claman igualdad y respeto, también las voces de hombres y mujeres que se oponen a dicha conmemoración, ¿por qué?  Porque lo consideran un movimiento feminista/anti-hombres, porque no conocen su historia y su significado, o simplemente porque la desigualdad de género está tan arraigada en la cultura global que muchas personas ni siquiera la cuestionan ni la perciben como un problema grave.
Aunque hoy en día gozamos de más derechos y libertades que nunca (al menos en los últimos dos mil años) estamos muy lejos de hablar de equidad. Esta marginación tiene mil caras, desde lo más “inofensivo” como la restricción a la mujer en el rol de género de pasiva y abnegada madre y esposa, hasta las manifestaciones más violentas como las mutilaciones genitales, justificadas como “usos y costumbres culturales”. Pero uno de los campos donde la mujer es permanentemente degradada a objeto es en los medios de comunicación.


Programas de televisión, videos musicales, canciones, eventos deportivos, noticieros, anuncios publicitarios, videojuegos, someten a la mujer a una constante violencia simbólica, a veces tan sutil como: “desayuna cereal para adelgazar” (nunca he visto un comercial de cereal que le diga a un hombre que debe bajar la panza) y otras veces abiertamente agresiva, como un anuncio de una mujer medio desnuda en el suelo, con cinco hombres rodeándola.


La mujer objeto está en todas partes.
En los concursos de belleza, exhibiéndose como res en feria ganadera, mostrando su cuerpo semidesnudo para que sea calificado.
En las canciones de reggaeton o rap, donde la mujer “se transforma” en animal: es una perra, o una gata, o tal vez una zorra, pero jamás un ser humano pensante o con sentimientos.
En los partidos de futbol, donde brinca y baila con diminuta ropa, para entretener a los hombres.
En los programas de revista, donde comúnmente vemos a una conductora guapa, de buen cuerpo y enseñando mucha piel, acompañada de un conductor feo y gordo, pero divertido, y por supuesto, completamente vestido (la parte pensante del programa recae en el hombre, la mujer es el objeto decorativo).
En los noticieros dando el reporte del clima.
En las notas en televisión sobre las vacaciones de verano, donde parece que a las playas sólo van mujeres, y nisiquiera mujeres completas, sólo sus traseros, porque son las únicas imágenes que transmiten.
En el anuncio impreso de una cerveza con forma de cuerpo de mujer.
En el video musical donde vemos miles de close-ups de traseros femeninos anónimos, sacudiéndose al ritmo de la música.


El problema de la objetización de la mujer es que no se limita a una “moda mediática”, los medios no sólo venden contenidos y productos, venden valores, estilo de vida, roles de género, patrones de conducta, conceptos de sexualidad, de éxito. Nos dicen quienes somos y peor aún, quienes debemos ser.
Y los medios, hoy por hoy, fomentan la violencia contra la mujer y nos enseñan que es un objeto al servicio del hombre, por lo tanto inferior.

Un reciente estudio realizado mediante escáner cerebral en la Universidad de Princeton (Estados Unidos) reveló que cuando los hombres observan imágenes de mujeres con poca ropa o en actitudes sensuales, activan las regiones del cerebro vinculadas a objetos y no a las de relaciones personales.

Por otro lado, cuando ven imágenes de mujeres vestidas, las “humanizan” y activan las regiones cerebrales asociadas a las relaciones personales (del mismo modo que los hombres del estudio con bajos niveles de sexismo, ante todos los tipos de imágenes).
Convertir a un ser humano en un objeto es el primer paso para justificar la violencia. Lo vemos en el racismo o en la homofobia: al percibir a una persona como “menos humana” la violencia se vuelve inevitable.

Una de las maneras en que la publicidad hace esto es cortándole la cabeza a la mujer. Una mujer sin cabeza facilita el verla como un simple cuerpo al borrar cualquier rastro de individualidad transmitido por la cara. El mismo efecto producen las imágenes de grupos de mujeres muy parecidas físicamente y vestidas igual, (o desvestidas), como las porristas y edecanes. Son objetos para la mente masculina, sex toys, y son intercambiables, sin ningún valor individual.
Lo mismo sucede cuando se muestra a las mujeres desde atrás, con una connotación adicional: violable.


En el lado más explícito del espectro, tenemos a la publicidad plagada de imágenes con mujeres siendo usadas, sometidas, humilladas y acorraladas, en posturas sexuales o vulnerables, presentando la violencia como erótica y atractiva e implicando que la mujer desea ser forzada al sexo, al tiempo que se relaciona a la masculinidad con el uso de la fuerza y la brutalidad.

Aunque en los últimos años ha habido un incremento en la publicidad que objetiviza a los hombres, no se acerca ni por asomo al tipo de agresión que implica para la mujer, principalmente porque no existen consecuencias para los hombres en caso de ser objetizados en la sociedad, no viven en un mundo donde pueden ser golpeados, abusados y violados por las mujeres.
En algunas ocasiones podemos encontrarnos en los medios anuncios y contenidos que retratan a la mujer como un ser inteligentey capaz, pero por desgracia no es la norma. Esperemos que eventualmente se genere una conciencia social lo suficientemente fuerte para combatir el aparato mediático que usa a la mujer como mercancía.


DATOS DUROS

• De acuerdo a una investigación realizada por Segob, en México, el 73% de los anuncios en televisión, radio y medios impresos tienen publicidad sexista.
• 40% de las mexicanas casadas tienen que pedir permiso a sus maridos para salir de su casa solas.
• El 66% de las mexicanas reportan haber sufrido algún tipo de violencia doméstica.
• Un estudio de la Fundación Thomson Reuters indicó que México se encuentra entre los peores lugares para ser mujer, dentro de los miembros del G-20. Compartimos este “honor” con China, India y el Mundo Islámico.
• Según datos de la Secretaría de Salud en 2010, en México ocurre una violación cada cuatro minutos.

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